La leona de Kumullka
Con
singular aprecio para mis amigos Rainer Bussmann y su esposa Narel Paniagua,
eminentes etnobotánicos, excelentes compañeros de ruta en largas jornadas
recorriendo los andes, hermoso territorio del puma y bellas flores.
Recia, granítica montaña de imponente belleza que desafía al tiempo
y al clima más hostil es Kumullka, testiga y actora del drama de la vida en el
devenir de los tiempos. Tanto así que tiene vida propia, todos dicen que se enoja
y le temen, pues cuando a ella se acercan irreverentes y desafiantes, se llena
de neblina y oscurece, luego llueve torrencialmente, cae granizo, el viento
sopla muy fuerte y el frío se hace insoportable para cualquier ser vivo.
Hace algunos años, después de un largo verano en la región, cierto
día para sorpresa de todos, el horizonte se fue oscureciendo y una nube espesa
cubrió a la mole gigante de Kumulka, a truenos y rayos siguió una tempestad muy fuerte con mucho
viento y agua a raudales.
Un par de cientos de metros más abajo otro drama, tenía lugar dentro
de la choza del Mashe, un pastor que llevaba una semana buscando a la ternera
“Pinta”, que no estaba por ningún lado, literalmente parecía que la tierra se la
había tragado. Con esta ya eran cuatro reses, las que desaparecieron durante este
último mes, la verdad es que ya no sabia que hacer. Sumido en sus preocupaciones, decidió fumar un
poco de tabaco y mascar coca.
Desgracia, mal presagio pensó, después de sentir que el bolo de coca
que chacchaba, amargaba. - Ahora sí estaba seguro que yá nunca volvería a ver a
la “Pinta”, la más promisoria ternera del rebaño-. Su tristeza era tan grande
que un par de gruesas lagrimas, rodaron por su tez cobriza, curtida por el
viento, el frío y sol de la montaña.
Dos meses antes, el Mashe hablaba con sus vecinos de Quinahuayco y comentaba
“el verano está fuerte, de seguir así este año no se logran las cosechas, los
animales enflacan por falta de pasto y se
mueren de sed, hay que empezar a quemar los pajonales, no nos queda de
otra”. Entonces su compadre Lorenzo, el
hombre más respetado del pueblo, dijo: “Quemar no soluciona nada más bien
empeora todo, al quemarse los pajonales, mueren muchas plantas y animalitos,
los cuales nos ayudan a combatir las plagas, polinizan nuestros cultivos, nos
alimentan y curan. Además, las rocas se aflojan y con las lluvias, los derrumbes
y huaycos ponen en riesgo a nuestros sembríos, casas y familia. Realmente no
estoy de acuerdo con quemar el pastizal, creo que es una pésima costumbre, que
debemos desterrar de nuestras vidas, para el bien de todos”
Sin embargo el Mashe pese a la advertencia, inició la destrucción,
con un pequeño palito de fósforo,
prendió una planta, luego el viento se encargo del resto, durante una semana
las llamas fueron devorando pampas y montañas, dejando la tierra negra y muy triste.
Al sentir que el fuego se acercaba a donde estaba, una leona joven y
primeriza fue corriendo a su refugio, una caverna natural de dos metros de
altura y más de veinte de profundidad, allí la esperaban sus dos pequeños
cachorritos hambrientos de pocos meses de nacidos.
Cuando el fuego amainó, la leona salió a buscar alimentos y solo
encontró tierra quemada. Los venados, conejos y vizcachas que eran su alimento
predilecto habían desaparecido u emigrado a otro lugar con el incendio.
La felina después de caminar mucho, vió un grupo de reses que
pastaban en la inverna del Mashe, sin pensar en el tamaño, que la superaban
ampliamente, atacó con singular fiereza a un pequeño torete, el cual fue presa
fácil, y con alguna dificultad la
arrastró hasta su guarida, lugar donde tuvo alimento por varios días.
Después de está res siguieron otras dos un poco más grandes, hasta que
finalmente se animó por la “Pinta” la más linda ternera del rebaño del Mashe. Total
el hambre apremia y no tenía otra solución, ya que los campos seguían secos sin
nada para comer.
Lo de la “Pinta” fue un verdadero festín que fue saboreando de a
pocos, llevó a su presa al fondo de la
caverna y de allí iba comiendo lo necesario para seguir amamantando a sus
cachorros que ahora crecían rápidamente y estaban tan fuertes que hasta que se
animaban acompañarla en sus correrías nocturnas, desde luego cuidando de no
alejarse mucho del refugio.
Después de esta tempestad de inicios de octubre, llamado el
cordonazo de San Francisco, las lluvias arreciaron mucho llovió tanto durante
varios meses, que la gente apenas podía salir de sus casas y la vegetación
creció rápidamente, y lo hervíboros volvieron a reproducirse, crecer y
alimentarse del verde pasto y con ellos los carnívoros, tuvieron alimento para
saciar su hambre.
Ahora la leona no tenía la necesidad de atacar al rebaño de reses,
le bastaba con el alimento que abundaba en el pajonal altoandino.
Colorario:
El Mashe nunca se percató de que él mismo había sido el causante
directo de su desgracia, y después de mucho tiempo, un día que fue a buscar
“amargón”, para curar a su mujer que estaba enferma del hígado, arriba en la
montaña se encontró con la madriguera de la leona llena de huesos del ganado
que se le había perdido.
Para este momento la leona estaba muy lejos, se había internado en
el bosque de la Encañada al otro lado de la montaña, donde había más
comida y su par de crías también fueron
con ella hasta que crecieron y fueron en busca de su propio destino. Y la vida
siguió su curso.
Carlos Vega Ocaña
No hay comentarios:
Publicar un comentario